Este es el día

El mensaje del evangelio ha sido un reguero de liberación y plenitud que se ha ido prodigando a lo largo de muchos siglos. Un agua incontenible, una fuerza imposible, un fuego voraz y sanador, una felicidad resolutiva que ha impregnado a hombres y mujeres en la historia concreta y personal de cada cual. Y esta intrahistoria subjetiva ha vertido su fuerza en la sociedad y, de resultas, la ha cambiado.

Cada tiempo ha tenido su aquel. Ninguno de ellos ha sido el final, el pleroma. Tampoco ninguno de ellos, ni mucho menos, ha constituido el peor de los mundos posibles. No se han abierto los cielos con aguas incontenibles que arrasaban la humanidad hasta extinguirla; ninguna catástrofe ha hecho sucumbir la esperanza depositada en esta criatura que anda emergiendo y sucumbiendo en sí misma y sus ideales de grandeza. Nada ha derribado la arquitectura puesta al servicio de los otros, que es la Iglesia, aun cuando ella pudiera haber traicionado de raíz, y en ocasiones, su cimentación.

Muchos quisieron ver, en finales de etapas, de imperios, o de milenios, el fin de los tiempos. Nunca ha sucedido. Los agoreros de catástrofes absolutas se han ido equivocando. Los que aseguraban la condenación de la raza, el triunfo del mal, la venganza de la naturaleza, han ido perdiéndose en los intersticios de la historia sin dejar más rastro que el de una sonrisa conmiserativa de quien sabía de sus desaciertos. Los que auguraban el final de la Iglesia, acusando a sus huestes de ingentes maldades, son ahora -o fueron- abono de malvas, mientras que ella permanece en su aportación de bien.

Hay hoy también lamentos y quejas, mirando con nostalgia un pasado que nunca existió, en que el evangelio campaba a sus anchas. Lo siento por el poeta, pero ningún tiempo pasado fue mejor. Sólo fue. Y hemos dibujado en nuestro imaginario, personal o común, el deseo de un paraíso donde siempre había más de verdad y de bueno que ahora. Quizás eso nos ayude a sobrevivir, pero es tras un espejo falso.

Mensaje en botellaNos enseña la sabiduría divina que hoy es el tiempo de salvación. Y este hoy tiene carácter de presente y de urgencia. No porque aquello que fue tuviera mucho, o poco, de bueno. Tampoco porque lo que vaya a ser sea peor, o mejor, que lo actual. Sino porque el reto que se nos pide es el de inaugurar en este aquí y este ahora, la plenitud del tiempo que se da en la virtualidad de la Palabra de Dios, sobre todo la dicha por Jesús. No vivimos en un complemento, en una situación que diga un poquito a la significación total constituyente de la humanidad. Estamos, por seguir el símil, en el sujeto. Somos la realidad total que debe vivir esa felicidad del tiempo llegado a su plenitud, ansiando que se dé en un hoy con vocación de eternidad.

En este hoy es donde debe hacerse verdad el mensaje de Jesús, en este hoy es donde los hombres debemos poder saber que todos somos un vínculo con Dios, en este hoy todos debemos ser dignos, y libres. En este hoy teñido de los mismos tintes de siempre, de los mismos mimbres de siempre. Porque no hay que dudar que estamos cosidos todos con los mismos hilos. Cada uno de nosotros repite, por ejemplo, los errores de aquel Adán y aquella Eva, de la desgraciada curiosidad de la mujer de Lot, de los celos cainitas, o de las ínfulas de poder de un David hinchado por su ego… Pero cada uno de nosotros tiene la bondad urgente de Jesús inscrita en su código genético. Cada uno de nosotros alberga una tonelada de pasión por la verdad, un vértigo de infinito, una vocación de servicio y libertad. En definitiva, un rastro divino que nos impulsa mucho más allá de nuestra limitación humana.

Cada momento de la historia contiene, pues, lo mismo. No hay un hoy peor que ayer, simplemente uno distinto. Las herramientas con que debemos construir el Reino deberán adecuarse al momento presente, los retos deberán ser resueltos con la originalidad del artesano, las dificultades tendrán que subsanarse con elementos que digan al entorno.

Pero el miedo paralizante por la enormidad de la tarea, ha sido siempre un arma defensiva de un sistema que sospecha de los reparadores de brechas, de los sanadores, de los optimistas, de los misericordiosos. Decir que hoy es peor, es dar por sentado que hemos ido a peor. Más aún, de mal en peor. Eso, sencillamente, es falso. Tampoco estamos igual. Persisten, en el corazón de cada hombre y mujer, las mismas pasiones. Pero hemos llegado a logros gracias a nuestro tesón por ascender. Hacer extensible a toda la humanidad estos beneficios es una de las tareas que nos urge. Pero no solo aquellos frutos que devienen de la técnica, o de los recursos naturales. Los más importantes son los logros espirituales, las consecuciones de triunfos personales que nos elevan a todos. Por eso hemos de recuperar los héroes, las personas que han conseguido sobrevolar más allá de lo que les impedía llegar a su plenitud. Aquellos que soñaron cambiar su historia y lograron cambiar la Historia.

Y aunque muchos no sepan mirar, o no quieran, hay un tiempo de salvación cumplido, y también hay un tiempo de salvación por cumplir. La densidad del hoy que se nos ha dicho en la eclosión de Dios en la historia, a través de Jesús, es un reto y un rastro. También rotundidad de la responsabilidad humana en empujar para que lleguen los Cielos y la Tierra Nuevos. Ese hoy es regalo y tarea. Y una oportunidad para dedicarnos plenamente a ello. Como para consagrar toda la vida.

Pedro Barranco

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